Hay debates que jamás mueren, y hay otros que ni siquiera nacen porque el respeto los sofoca. Uno de ellos es el duelo imaginario entre Michael Jordan y Kobe Bryant, una batalla que nunca ocurrió en su plenitud pero que sigue jugando en la mente de fanáticos, entrenadores y leyendas del baloncesto.
Phil Jackson, el único hombre que entrenó a ambos y los condujo a múltiples campeonatos, ha dado su veredicto. No por nostalgia, ni por favoritismo, sino por una razón anatómica que se convierte en ventaja competitiva: la mano de Michael Jordan.
"Va a ser MJ", dijo Jackson. "Tiene esa mano. Tiene ese guante, como le decían. Cuando un tipo puede recoger el balón con una sola mano mientras dribla, como hacía Michael, y llevárselo al aro, es muy difícil de detener".
La herramienta que cambió el juego
No es una exageración. Jordan medía 1.98 metros (6'6"), con una envergadura de casi 2.11 metros (6'11"). Pero lo que siempre llamó la atención de entrenadores, rivales y aficionados eran sus manos: 9.75 pulgadas de largo, casi una anomalía para su estatura. Era como si el balón fuera una extensión natural de su cuerpo. Lo podía agarrar, flotar, girar y lanzar con la elegancia de un pianista y la contundencia de un martillo.
Phil Jackson lo vio todo. Lo vio destrozar defensas en los sistemas de aislamiento del triángulo ofensivo en Chicago. Luego vio a Kobe intentar reproducir el modelo con similar obsesión y una ética de trabajo igual de feroz. Pero nunca fue lo mismo. Y no porque Kobe no fuera capaz —era uno de los únicos que podía hacerle sombra a Jordan—, sino porque, como reconoció Jackson, "esos pequeños márgenes hacen la diferencia".
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Kobe, el discípulo que nunca desafió al maestro
Kobe Bryant vivió para igualar a Jordan, pero nunca lo enfrentó directamente en sus respectivos picos. Sus carreras se cruzaron brevemente entre 1996 y 2003. Solo jugaron ocho veces uno contra otro. Jordan, ya con los Washington Wizards, promediaba 24.5 puntos por juego; Kobe, con apenas veinte años en promedio durante esos encuentros, respondía con 22.8.
La comparación, sin embargo, es inevitable. Bryant calcó gestos, movimientos y hasta la entonación de Jordan. El famoso fadeaway, el lenguaje corporal, la mirada asesina. Pero incluso en ese reflejo, Jackson notaba la diferencia: Kobe podía replicar la técnica, pero no la herramienta. No podía hacer con el balón lo que Jordan hacía con una sola mano.
La diferencia entre entrar a la sala... y construirla
En su mejor temporada anotadora, Kobe promedió 35.4 puntos (2005–06), apenas detrás de los 37.1 de Jordan en 1986–87. Pero Phil Jackson, que los entrenó a ambos en sus clímax competitivos, siempre supo que Jordan construyó el estándar. Kobe, con todo su genio, solo buscaba entrar a esa sala.
"No se trata de falta de respeto", explicó Jackson sobre su elección. "Es reconocimiento".
En una cancha imaginaria, donde solo caben dos leyendas y una pelota, Jackson lo tiene claro: Jordan no solo jugaba con ventaja mental. Jugaba con una mano capaz de manipular el juego. Y eso, incluso entre gigantes, sigue marcando la diferencia.